Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”. Dulce porque tiene cinco años, susurrase porque no tiene fuerzas para más. Mi hijo no duerme. Es muy inteligente. No sólo mira los dibujos de los libros, también los lee. Pero ni su padre ni yo hemos conseguido que aprenda a dormir. Mi marido se fue ayer de casa, me dijo que necesitaba soñar y que aquí es imposible. Yo me hago la dormida, para que mi niño no se sienta culpable. Ahora mismo estoy deseando que venga a susurrarme las palabras que ha aprendido por la noche.
Sonsoles García-Albertos Torres
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