Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba
en el bolsillo de su pantalón: los primeros garabatos intrascendentes; los
avances prometedores que llevarían a laboratorios de medio mundo a disputarse
sus servicios; aquellos insoportables castillos de ecuaciones que le
consumieron las noches y el matrimonio; la hermosísima serie de bocetos de
virus y bacterias merecedora de figurar en el catálogo de cualquier pinacoteca.
Y, por fin, el hallazgo formidable, la cifra y la fórmula que -de demostrarse-
supondrían el fin de la enfermedad. Todo estaba en aquella libreta que siempre
llevaba en el bolsillo del pantalón y que ahora golpeaba rítmicamente contra el
cristal a cada vuelta del tambor de la lavadora.
Nacho Artajo
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