Nunca he confundido a Cuba con el paraíso.
¿Por qué voy a confundirla, ahora, con el infierno?
Yo soy uno más entre los que creemos
que se puede quererla
sin mentir ni callar.
(Eduardo Galeano)
Cuba en primera página
Voy a hablar aquí desde una posición inequívoca de solidaridad con Cuba. Pero voy a hacerlo de la manera que yo entiendo la solidaridad: no con los ojos cerrados sino con los ojos del pensamiento crítico que tratan de captar la complejidad. Eso sí, lo mío no es andar con un microscopio para mirar a Cuba como si fuera un trozo de tejido enfermo para luego recomendar medicamentos para curar el mal. Con la que está cayendo en esta época que nos toca vivir creo que hay males más grandes y urgentes a los que prestar atención.
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Es raro que se hable de Cuba desapasionadamente, menos aún cuando Fidel Castro se encuentra enfermo y unos invocan por su curación y otros imploran su muerte. Cuba es algo emblemático, y no resulta fácil discutir de lo que es emblemático, mito o leyenda. Dentro de la izquierda hay quienes ponen el acento en la defensa incondicional del régimen y quienes lo hacen en la crítica. Unos señalan sus grandes logros sociales, otros acusan a las limitaciones del sistema político. Tal vez la verdad completa no se halle en ninguna parte y la razón se encuentre repartida. Sin embargo, en la izquierda no se puede dudar acerca de lo que es esencial: la denuncia activa del intervencionismo norteamericano contra Cuba y la oposición expresa y radical al bloqueo, a ese obsceno bloqueo que niega a Cuba el pan y la sal.
Más allá de las diferencias, la izquierda debe defender el derecho de los cubanos a decidir su destino. Cuba es un país soberano y ninguna potencia debe inmiscuirse en sus asuntos internos. Mucho menos puede hacerlo quien en nombre de la democracia pisotea los derechos humanos, organizar guerras y es líder en la historia de las conspiraciones golpistas y el sostén de dictaduras. A partir del principio de defensa innegociable de la soberanía de Cuba para decidir su modelo económico y político, en la izquierda sí podemos y debemos repensar sobre numerosos aspectos que se refieren a la experiencia de la revolución cubana. Hacerlo con transparencia y con respeto es la primera condición para declararse solidarios, no simples aduladores.
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A la pregunta ¿habrá cambios políticos después que desaparezca Fidel Castro? Cabría responder con otras preguntas:
a) ¿El sistema democrático cubano garantiza suficientemente la manifestación pública del pluralismo en las ideas?
b) ¿Se trata de una participación popular demasiado estrecha, debido a la ausencia de alternativas organizadas distintas al Partido Comunista?
c) ¿La existencia de un partido único no es fuente, inevitable, de una jerarquización no deseable de la vida política?
Tal vez las preguntas más importantes sean estas que siguen:
d) ¿Podemos saber qué piensa la población de la isla acerca del sistema democrático cubano?
e) ¿Está satisfecha? ¿Le parece necesario ciertos cambios?
Lo interesante es que podemos hacernos éstas y otra preguntas desde el rigor, sin ningún ánimo morboso. Las podemos hacer ejerciendo lo que yo llamo una conciencia anticipatoria de los problemas. Sin poner en cuestión la legitimidad del actual modelo cubano que descansa en las asambleas de cuadras, centros de trabajo, etc, donde se eligen a las mujeres y hombres candidatos.
Luis Suárez, siendo director del Centro de Estudios sobre América en La Habana, lanzó esta afirmación: “La sociedad cubana necesita mecanismos de representación de la voluntad ciudadana”. Él era el portavoz habitual de Cuba en numerosos foros internacionales. Plantea de este modo el asunto: “Debemos crear las condiciones que paulatinamente vayan garantizando la participación de la ciudadanía y de sus representantes en el autogobierno de las comunidades y de la sociedad, y convencer a las nuevas generaciones de que son posibles y necesarias su implicación y su participación”. Plantea tres grandes retos para la Cuba del siglo XXI: descentralización, democratización y socialización.
En mi opinión, así como la democracia representativa en Occidente tiende cada vez más a ser una partitocracia (los partidos se adueñan de los ámbitos decisión) y una votocracia (la población cuenta como objeto de la captura de votantes) (la última encuesta del CIS pone a los partidos en el último lugar de la credibilidad ciudadana), también en la democracia cubana encontramos defectos de otra importancia. Para empezar no parece recomendable que una misma persona concentre un poder tan enorme durante tanto tiempo. Siempre he entendido la democracia como distribución del poder y si bien la democracia directa, asamblearia, constituye una experiencia magnífica, en el modelo cubano adolece de dirigismo, de tutelaje, de burocratización. Cuarenta años bajo la dirección política de un partido y de un liderazgo nunca discutido producen necesariamente un sistema de ecos de los monólogos del poder que imponen el hábito y un debilitamiento de la energía creadora. A fin de cuentas la unidad requiere de la diversidad y esta última sólo puede vivir mediante libre expresión. Se argumenta que el acoso que sobre Cuba ejerce el Imperio ha determinado la continuidad del liderazgo de Fidel Castro y la represión contra las disidencias. Hay una parte de razón en la medida en que el comandante parecer asegurar mejor la cohesión de la sociedad y las disidencias son ciertamente opacas por no decir teledirigidas. Pero, de otro lado, buscar en la razón del bloqueo la explicación de un sistema político piramidal no parece convincente.
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Habrá que ver si tras la muerte de Fidel Castro las palabras de Eduardo Galeano, un hombre de izquierda, honesto, solidario, tomarán una dimensión práctica en Cuba: Ha escrito en el semanario Brecha de Montevideo a propósito de Cuba: “La apertura democrática es más que nunca imprescindible. Actuando como si los grupos disidentes fueran una grave amenaza, las autoridades cubanas les han rendido homenaje y les han regalado el prestigio que las palabras adquieren cuando están prohibidas”. Y citando a Rosa Luxemburg sigue Galeano: “La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido, por numerosos que ellos sean, no es suficiente. La libertad es siempre libertad para el que piensa diferente”. Eduardo Galeano plantea un asunto de gran importancia: no podemos, frente al neoliberalismo, denunciar el pensamiento único, para luego nosotros defender nuestro pensamiento único. Esta es, precisamente, una contradicción de la Batalla de las Ideas lanzada por Fidel. Sinceramente, dudo que la oposición organizada sea una amenaza real, ya que entran en un sofá; más bien pienso que hay ansiedad o temor a que sus planteamientos puedan conectar con sectores descontentos de la sociedad.
Me pregunto si en la actual estructura política y democrática caben mejoras sustantivas de participación popular y de autogestión, así como también la expresión del pluralismo común a toda sociedad. Explorar los caminos del asociacionismo político que permita otras ideologías y otras propuestas leales a la sociedad, puede ser necesario aun dentro del modelo vigente que bien puede completarse con otros mecanismos participativos que permita voces discordantes. La renovación, al fin y al cabo, es una exigencia de cualquier proyecto que aspire a la emancipación, entre otras cosas porque no existen respuestas metafísicas e inmutables a problemas dinámicos.
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Una reflexión sociológica sobre lo anterior. En Cuba como en cualquier parte del mundo, el problema de la participación ciudadana en la vida política es una cuestión dinámica. Cualquiera que viaje a la isla puede percibir ya un conflicto generacional. La tercera generación nacida en la revolución no tiene la referencia del pasado del mismo modo que sus padres. La tiene indirectamente a través de los medios educativos, de comunicación, de la familia, de los organismos sociales y políticos, del Estado, pero no es una referencia fuerte nacida de la experiencia. La despolitización de muchísima gente joven es un hecho, al igual que su rechazo a las tutelas y su critica a las limitaciones derivadas de los escasos recursos. Sus necesidades culturales y espirituales son nuevas si las comparamos con las de sus mayores; hay deseos incontenibles de abrirse al mundo, de conocerlo directamente, de contrastar sus vidas con los jóvenes de otros lugares. ¿La gente joven quiere una transición? Yo creo que sí. ¿Una transición hacia dónde? Hacia un sistema que le permita viajar, comunicarse libremente, asociarse, acceder a otros mundos y miradas, a otros libros y obras de arte, a otras realidades y a otros modelos.
El hecho generacional puede chocar antes o después de un modo más conflictivo con una organización social y estatal que en lo sustancial sigue en manos de “veteranos de guerra” que han venido dando respuestas unitarias (un sindicato, una organización de mujeres, una organización de jóvenes, una...) a necesidades que reclaman espacios más abiertos. Es el caso de la sociedad civil organizada en ONGs. Bastantes tienen ya un recorrido que les empuja a desear más libertad de movimientos, una autonomía que ponga el acento en el carácter no-gubernamental y les permita tener su mundo de relaciones en la isla y fuera de ella, con el fin de servir a sus objetivos desde un ámbito de decisiones no controladas. Pero, en la realidad los organismos del Estado no facilitan la autonomía. No se trata de magnificar un problema pero sí de darle la notable importancia que tiene. Es cuestión, nada más y nada menos, de descubrir que en Cuba, como en el resto del mundo, la vida social es cambiante y ello puede hacer conveniente algunos cambios para una relación sociedad-Estado más desahogada.
Después de Fidel ¿qué?
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Con motivo de la enfermedad de Fidel Castro en el Washington Post llegaron a la conclusión de que en Cuba todo están de acuerdo en que el socialismo va a morir con Fidel. Su línea editorial defiende que el régimen indeseable desaparece con el caudillo porque sus herederos no pueden mantenerlo, y la sociedad liberada se instala con relativa facilidad en la modernización política y económica que garantiza la reconciliación nacional. ¿Cuánto hay de deseo y cuánto de razón en este pronóstico? Desde Cuba se responde diciendo que la revolución es un proceso profundamente arraigado en el seno de la sociedad por cerca de cuatro generaciones de cubanos y que es sin duda irreversible.
No se me oculta que el interés general centra su pregunta en que ocurrirá después de la muerte de Fidel Castro. Desde luego yo no la tengo y además me cuesta hacer un pronóstico. Está muy claro que la ley biológica sigue su curso y la sucesión de Fidel Castro es un asunto cada vez más cercano y preocupante para el pueblo y el gobierno de Cuba. Es tan importante como para que oficialmente no se diga que Fidel padece una enfermedad terminal y se gestione la situación desde el secreto de Estado, controlando milimétricamente la situación. En realidad se está trabajando a toda prisa engrasando los mecanismo sucesorios.
Lo cierto es que sin Fidel, sin su carisma arrollador, sin su fuerza emblemática que encarna a la nación, al orgullo cubano, a la revolución misma, la realidad de Cuba no será igual. Las preguntas que cabe hacerse son: ¿La Cuba actual habría sido posible durante 45 años sin Fidel? ¿Podrá ser la misma en el futuro cuando ya no esté Fidel con su autoridad moral y política en el centro del sistema? Cuando se habla de Fidel Castro hay quienes sólo pueden hacerlo en clave de elogio; pero cuanto más se le mitifique más imprescindible lo hacemos. Y ello es un factor de debilidad, no de fortaleza.
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En todo caso es tan importante el fenómeno del fidelismo que su actual liderazgo como jefe del Estado y Secretario del PCC al mismo tiempo, no se debe incuestionablemente a su lozanía -él mismo ya ha expresado en privado su deseo de dejar uno de los dos cargos-, sino a la dificultad de encontrar una idónea sustitución para uno de los dos puestos, argumento que más que explicar contribuye a aumentar la perplejidad de quienes no creemos en el provindecialismo como forma de gobierno. Cuando él no esté, habrá que fijar la atención en algunos factores internos:
a) La unidad dentro del Partido Comunista, en particular en su cúpula;
b) La unidad en el seno del Ejército que cuenta con un poder considerable;
c) La mayor o menor unidad entre generales y civiles con poder;
d) Las respuestas desde la base de la sociedad y de sus organizaciones;
e) Las contradicciones generacionales.
Sin lugar a dudas el factor externo jugará asimismo un papel muy notable. Sin duda todo el mundo piensa en Estados Unidos que hace tiempo se prepara para influir sobre una transición política en Cuba. También la Unión Europea está diseñando su propia hoja de ruta para el momento post Fidel, que será aprobada probablemente en octubre por el Consejo. Sin embargo, creo que más bien el factor externo es un conjunto de elementos económicos y políticos, una especie de telón de fondo representado por un mundo que a pesar de sus atrocidades juega y jugará como referencia para quienes en la isla desean cambios de mayor libertad de movimientos y de hacer negocios. No creo que, en sentido contrario, la posibilidad de un modelo réplica del chino sea factible. China es un gigante geográfico y demográfico y está en otro hemisferio. En todo caso, insisto en que hacer pronósticos sobre el futuro de Cuba tiene muchas dificultades, pues también es verdad que como modelo se distancia bastante de los viejos regímenes del Este de Europa, desde luego para bien.
En todo caso la izquierda solidaria con Cuba haría mal, muy mal, en desconsiderar la complejidad que abrirá la desaparición de Fidel Castro bajo la ingenua idea de que la continuidad está garantizada. Más bien hay que contemplar la hipótesis de un escenario de reformas, inicialmente económicas, y lo digo a pesar de resistirme a los pronósticos.
La sociedad que está en juego
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La aprobación, en su día, por la Asamblea del Poder Popular de una nueva ley de Inversiones Extranjeras abrió las puertas al capital internacional. El listado de los hoteles y de los negocios de propiedad mixta se ha ido alargando desde entonces. La medida fue más una necesidad que un deseo. Pero lo cierto es que con ella el paisaje económico de la isla es cada vez más dual: circuitos comerciales dolarizados, salarios desiguales y la aparición con fuerza de una economía sumergida formada por un mercado negro dirigido al turismo, caminan paralelamente a un esfuerzo generalizado por la organización del trabajo desde parámetros de disciplina y rentabilidad.
A pesar de los pesares no hay en América una sociedad más igualitaria. Por nacer –y antes de nacer- todo cubano tiene asegurados de por vida salud, educación, seguridad social, cultura, deporte, vacaciones, y una diversidad de oportunidades. El Estado, desde su marcada voluntad de equidad social ha buscado siempre, aún en medio del “período especial” que los derechos no pierdan su vigencia práctica. En plena crisis han habido escuelas y hospitales para todos, lo que es extraordinario en un continente donde millones de personas en estado de enfermedad se ven abandonadas a su suerte. Dicho esto, es verdad que en Cuba la inclinación a la desigualdad, entre quienes viven con dólares o con pesos, entre quienes trabajan en empresas mixtas o estatales, entre quienes labran el campo y quienes obtienen los beneficios del turismo, etc, es cada día más notable. En realidad esto afecta a una mentalidad construida en valores como la igualdad y el pleno empleo.
No obstante no puede decirse que la desigualdad en la que ya vive Cuba sea un fracaso. Lo que sí ha fracasado, por ser una construcción ideológica no probada por la experiencia, es la vieja idea de una sociedad armónica, perfecta, paradisíaca. Hoy la dirigencia cubana acepta que entre los valores de la igualdad, la libertad y la justicia, hay una colisión permanente, y de lo que se trata es de lograr el mayor equilibrio posible. El igualitarismo maximalista ha caído. Y lo ha hecho empujado por reformas económicas que conducen a Cuba a un escenario desconocido repleto de preguntas.
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El deseo de consumo, particularmente entre los jóvenes, constituye un valor nuevo que plantea enormes dificultades a una estructura económica de recursos limitados. Ello hace posible el peligro de que las miradas se dirijan hacia aquellas sociedades que presuntamente pueden responder a la demanda. No hay que olvidar que el propio turismo se erige en un escaparate cotidiano que exhibe abundancia. Asimismo otros valores vinculados a la idea de dinero fácil se acumulan y se despliegan en torno a la industria turística, entre los cuales la prostitución no es el menos importante. No es extraño oír de una mujer u hombre cubano que conserve la memoria del pasado una bronca justa contra este fenómeno; recuerdan que Cuba fue colonia, prostíbulo.
La situación económica emergente modifica asimismo el paisaje social. El cubano y la cubana de a pie se encuentran aún en un proceso de adaptación. No es tan fácil aceptar que un extranjero pueda comprar cosas que son inaccesibles para los locales o montar negocios que los cubanos no pueden legalmente. No obstante, la legalización de actividades privadas, como los famosos paladares, y más de 150 oficios que pueden desempeñarse bajo el estatus de trabajo autónomo, unido a la liberalización de los mercados campesinos, además de ser un acierto gubernamental abre a los cubanos un camino lleno de incentivos. Medidas que probablemente se extenderán todavía más por la propia dinámica económica y las nuevas demandas de los consumidores.
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Como asunto para un futuro a medio plazo se plantea, a mi juicio, la posibilidad de ir trasvasando una parte de la propiedad estatal a la propiedad social. Ello supondría la legalización de la propiedad individual regulada por la ley, de viviendas y terrenos agrícolas principalmente. De una medida de este tipo se derivarían algunas ventajas: democratizar aún más la propiedad, incentivar a los beneficiados, asegurar la propiedad popular ante cualquier eventualidad política que depare el futuro, y consolidar un apoyo a cuanto significa la revolución cubana frente a otras ofertas políticas que pudieran darse.
¿Un futuro de esperanza?
1. La revolución cubana ha sobrevivido porque no llegó desde arriba ni se impuso desde afuera. La hizo la gente. Esta revolución se hizo fuerte debido a cuatro hechos principales: hizo a la nación cubana; trajo la emancipación de la población negra, aunque persita el racismo en segmentos de la población; desarrollo una sociedad con tendencia igualitaria; y logró un gran consenso en la isla.
2. De entre estos factores la nacionalidad cubana es el más sólido en estos días. Los otros factores se han ido modificando y debilitando en algunos grados. Precisamente, Fidel Castro es el referente más neto de la cubanía, de la nación, de ahí su fuerza como líder social. Para una gran parte del pueblo cubano la lealtad a Fidel es algo sencillo, nada complejo, una idea-fuerza superior a la cuestión misma del socialismo que hoy plantea algunos conflictos en el ámbito del pensamiento y de la vida misma. Por eso mismo la desaparición de Fidel Castro será vivida de manera intensa.
3. Me gusta pensar en Cuba con esperanza. Quiero creer que los dirigentes cubanos, particularmente ese arsenal de cuadros que rondan los cuarenta años, sabrán adelantarse a los acontecimientos. Los cambios formidables que se vienen prodigando en el mundo plantean a la izquierda y al socialismo el desafío de repensar objetivos, valores y conceptos. Como no hay modelos para siempre la revolución cubana exige desde adentro un número de transformaciones.
4.Frente a Cuba, en las costas de Florida y en Europa, los enterradores esperan con la pala en alto. Entre ellos destacan gentes que se dicen de izquierda; bastantes de ellos fueron estalinistas. Todos ellos tienen huellas que borrar. Yo prefiero seguir siendo solidario desde el ejercicio de la crítica, con una revolución valiente que se rebela ante el servilismo y la explotación. A veces pienso que Cuba es para el Imperio como el esclavo que se escapó de la plantación y al que hay que azotar en la plaza pública para escarmiento de los demás. En esa lucha desigual es ético estar con Cuba.
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