"La acción buena contiene todas las filosofías, todas las ideologías, todas las religiones" "La acción une a los hombres. Las ideologías suelen separarlos".
"Hay que entrenar la mente y el espíritu para saber vivir en paz en medio de las tempestades del mundo".
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Ayer murió Vicente Ferrer. No quiero dar el pésame a nadie, sino todo lo contrario. Quiero ante todo dar gracias a Dios por el regalo que ha hecho a la humanidad con este hombre en el que, al menos los creyentes, hemos podido percibir su presencia salvadora y liberadora en el mundo y en la historia. Para todo el mundo ha sido, por otra parte, un ejemplo viviente de cómo se tiene que luchar contra la pobreza, contra la discriminación y contra el clasismo más despiadados. Los discursos de políticos y de magnates no hacen más que aplazar la fecha del famoso fin del hambre en el mundo, mientras este hombre ha señalado con su iniciativa y su acción el camino correcto.
A mi modo de entender, Ferrer ha sido uno de los productos más geniales de la Compañía. Tenía una fe inquebrantable, una sólida formación, un empeño a prueba de bomba y una impresionante inteligencia inundada de bondad. En la única vez que le vi de cerca y le escuché en directo, me dejó impresionado su sencillez y la solidez de sus convencimientos. Abandonó la Compañía de Jesús, pero durante toda su vida siguió sintiendo la compañia de Jesús, sobre todo, en los momentos de dificultad, que fueron unos cuantos. "Con ese Hombre-Dios detrás, es fácil arriesgarse, cómo voy a tener miedo".
La fundación que ha dejado en marcha es un testamento vital de cómo se tiene que trabajar para erradicar la pobreza. En primer lugar ha devuelto el protagonismo a los ciudadanos creando en mucha gente la conciencia de que todos somos los agentes del cambio, sin esperar dirigentes u organismos redentores. Su mayor éxito es haber logrado que los mismos destinatarios de su obra sean los principales protagonistas del cambio de sus vidas. En primer lugar, no era fácil romper el sentimiento clasista tan arraigado en la sociedad india, tanto en las clases pudientes, que veían con malos ojos a Vicente Ferrer, como en los propios intocables que no se creían sus propias capacidades. Y, en segundo lugar, porque su obra siempre se salió del esquema clásico de la beneficencia paternalista, creando los medios para hacer posible su propia promoción.
No sé si para canonizar a alguien haya que esperar que un enfermo, que está declarado incurable, se cure o cosas así. Lo que hemos visto en Anantapur y la movilización de solidaridad en occidente, que ha conseguido este hombre, me parecen hechos más portentosos que los que se entienden por milagros al uso cacónico. El silencio de la Compañía y de la jerarquía acredita su alejamiento del mundo real , mientras la vida de Vicente hace un hecho palpable que "el Verbo se sigue haciendo carne".
La muerte de una persona generosa y admirada hace que se nuble el día soleado. Ese fue el efecto que produjo en mi estado de ánimo el fallecimiento de Vicente Ferrer, cuya biografía más que en los libros está impresa en los 2,5 millones de corazones que sintieron el calor del suyo.
Hay un episodio en su vida que me ganó definitivamente para su causa. Comenzó cuando tuvo que abandonar la India, en 1968, debido a los recelos y suspicacias que causaba su trabajo entre la clase dirigente, incluida la eclesiástica. La Iglesia a la que pertenecía como jesuita no supo defenderlo, y el soldado acabó por licenciarse voluntariamente.
Vicente Ferrer asumió que para hacer su trabajo necesitaba una libertad que no tenía y se centró en el principio que guió su misión en el último medio siglo: más acción, menos oración. Los resultados bien a la vista están.
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