El presidente de Gambia, Yahya Jammeh, dice que puede curar el sida.Lo hace esparciendo unos misteriosos líquidos sobre el paciente, untándole en la piel una mezcla de siete hierbas, dándole de beber un extraño potingue y ofreciéndole unas bananas mientras reza unos versos del Corán. Lo malo es que sólo es capaz de hacerlo los jueves, que es cuando sus poderes curativos alcanzan la plenitud. Y hay otras dos condiciones: abstinencia total de alcohol, sexo, té y café… y dejar de tomar cualquier fármaco antirretrovírico contra el VIH, ya que son altamente incompatibles con su tratamiento.
Puede sonar gracioso, pero es trágico. Es una muestra más de la desinformación acerca de una pandemia con especial prevalencia en África subsahariana y el sur de Asia, regiones donde es posible encontrar sangrantes ejemplos de ignorancia acerca del VIH y otras enfermedades, aunque también podríamos encontrarlos muy cerca. Hay lugares donde se cree, por ejemplo, que ducharse después de practicar el sexo es suficiente para no contraer enfermedades, donde se comenta que los preservativos son una estrategia occidental para evitar que los africanos se extiendan por el mundo o donde multitud de iglesias católicas promueve la no utilización de condones. En algunos sitios, incluso, se piensa que uno se cura el sida manteniendo relaciones sexuales con una niña. Las condiciones: debe ser menor de 15 años y repetirlo tantas veces como haga falta hasta que la “enfermedad” desaparezca. O en determinadas rurales de Papúa Nueva Guinea, donde se piensa que para acabar con los devastadores efectos del sida hay que enterrar vivos al afectado y a todos sus familiares. La pandemia del sida es la epidemia de la ignorancia y la desinformación, en algunos casos agravada por políticos corruptos e irresponsables. Pobreza, estigma social, falta de educación, supersticiones y exclusión forman un peligroso cocktail que acaba con una vida cada 16 segundos.
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