La mujer se descalzó y pidió que le arreglase los zapatos. Lo hizo
acunando fuerte el bolso y con la súplica del que está a punto de andar por un
camino de brasas. El zapatero volteó el par con sus manos de carbón, observó
los cráteres de las suelas y maldijo su fama un instante. Últimamente solo
pedían imposibles. Se empleó a fondo, pero cuando la mujer comprobó el
resultado, sonrió con la magnificencia de un Dios que obra el milagro. Ningún
zapato se le resistía, pensaba cuando la mujer sacó del bolso unos de niño y
preguntó: ¿podría alargarlos?
Bárbara Sanchiz Cameselle
1 comentario:
Andaaaaaaaaaaaaaaa, si el 25 en Madrid toman la calle y el 26 Ortuella se cierra y los de plural no dicen ni mu.
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