lunes, 27 de febrero de 2012

Reflexionando en voz alta

Paul Krugman publica hoy en EL PAÍS un artículo titulado "Dolor sin nada a cambio", en el que somete a severa crítica la obsesión por los recortes de quienes denomina la camarilla del dolor, todos esos economistas, financieros, empresarios y políticos que predican la austeridad en estos tiempos de depresión económica, a pesar de sus graves consecuencias sociales.
Como habeis podido leer Krugman habla de causar dolor sin nada a cambio y mucha gente creemos que lo que está detrás  es la decisión de las élites económicas a través de la derecha de hacer una auténtica revolución conservadora. Estas reformas dolorosas no se hacen sin nada a cambio. Son una inversión. Una inversión política.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es más que frecuente ver en parques, patios o sitios similares a madres, abuelas, tías e, incluso, papás dar de comer a la boca a críos de unas edades en la que deberían tener habilidades suficientes para comer ellos solitos. También se puede observar, sobre todo a la salida de clase, que las meriendas llevan panes blanditos y sin corteza para que les cueste menos merendar, cuando no unas chuches. Cada vez es más habitual encontrarse niños de 3 o 4 años en silla de ruedas como si fuesen bebés.

Si pasamos luego al terreno de la enseñanza no es difícil escuchar quejas de profesores que dicen aquello de que ya les dije que se estudiaran lo que iba a caer y fíjate qué desastre de resultado. Les dan los resúmenes hechos o les dicen lo que tienen que subrayar y que solo se estudien eso. Si algún profesor osado se pone riguroso se estresan y los padres protestan por el maltrato inferido a sus criaturas. Luego, si han terminado alguna carrera u oficio, cómo van a trabajar en otra cosa con lo que les ha costado conseguirlo. Así que a vivir chupando de la teta.


Claro que ahora el panorama se está poniendo muy feo y el futuro es una amenaza más que una esperanza. Entonces sale a la palestra el potentado ese de Mercadona y proclama a los cuatro vientos su receta, la cultura del esfuerzo, y su paradigma, los trabajadores chinos. No puede comprender cómo los españolitos en paro no van a recoger la fresa o la oliva, o asumen otros trabajos así sin poner pegas. Dejando aparte el morro de este señor, como el de la mayor parte del empresariado que acaba de recibir el mejor regalo desde que cayó el franquismo, va a ser muy difícil encontrar ese tipo de trabajadores que reclaman. Si tenemos en cuenta el currículo arriba expuesto, una considerable cantidad de jóvenes y adolescentes aún no se han enterado de la que nos ha caído y siguen jugando a cacharritos mientras los mayores nos comemos los hígados pensando qué va a ser de ellos en el futuro.