Ya se había ido el mensajero que mascaba chicle, ajeno a todo, cuando Julia regresó al salón. Se llevó el dedo de su marido a la boca y sintió el roce de la yema en el interior –rosa, húmedo y deslizante- de sus labios. La caricia le provocó cosquillas, aunque no se rió. ¡Seis semanas sin hacer el amor! Con la lengua se encargó de empaparlo, maltratarlo y succionarlo hasta que comprendió que necesitaba aquel dedo en sus bragas. De camino al dormitorio, entre suspiros, se prometió telefonear al inspector para confirmar las sospechas: a su marido lo habían secuestrado.
Ana Boyero
1 comentario:
Tope macabro ¿no?
Publicar un comentario