El mar ya estaba en calma, todo había vuelto a la tranquilidad. La tripulación exhausta e inmóvil yacía por doquier mientras el joven capitán dormitaba agotado y pensativo. Había sido una dura lucha contra los vientos del este.
Ya no quedaba rastro de las velas inmaculadas, ni siquiera un recuerdo de los mástiles ni del timón labrado, tan solo frío. Frío y silencio. Y ¿esperanza?
Como el final de aquel cuento de galeones y piratas que le había narrado su abuelo, pero allí el silencio se rompía... Ahora sí, ¿gaviotas?, ¿tierra? ....
Su cayuco había llegado a la costa, estaban en Canarias.
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