Se ajustó las gafas y se pasó la mano por el pelo mientras la farmacéutica despedía al cliente que acababa de ser atendido. La mujer lo miró, esperando. Él, nervioso, se aseguró, que nadie le miraba fijamente. “Dime, chaval, ¿qué te doy?”, le insistió la licenciada con hastío. Sudando, le respondió con un susurro: “Una caja de preservativos, por favor”.
Un minuto después salió de la tienda con un paquete en la mano. De pronto, se detuvo, sacó un crucifijo que llevaba al cuello. Miró el paquete, observó la imagen y, sin saber qué hacer, se fue rápido sin mirar atrás.
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