Los jefes de la UE acaban de ratificar en Bruselas la pasada semana el llamado Pacto Europeo de Inmigración, cuya política, dicen, se guiará por "un espíritu de solidaridad de los Estados miembros y de cooperación con los países terceros".
Modestamente, creemos que para afrontar mejor el trabajo contra los traficantes de personas la política de la Unión debería encauzarse justamente al revés, es decir: solidaridad con los países terceros y cooperación entre los Estados miembros. ¿No sería más lógico y más justo?
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