Acababan de nombrarme para dirigir la división de marketing de la empresa petrolera de Sarawack en la que yo trabajaba. Tenía veinticinco años y estaba ansioso por demostrar mi capacidad en mi primer empleo de dirección.
Sarawack forma parte de Borneo, es tan grande como Inglaterra, pero con ríos en lugar de carreteras, ríos que los nativos dyaks utilizaban como caminos en canoas propulsadas por motores fuera borda. Mi empresa les vendía la gasolina para los motores.
Me sorprendió descubrir que toda la gasolina se distribuía en bidones, que eran transportados hasta centenares de millas por el río. Supuse que eso resultaba muy caro. Sería mucho más económico situar la gasolina en unos cuantos grandes depósitos en las principales ciudades y suministrarla mediante un buque cisterna.
Obtuve la aprobación de la oficina principal e instalé los depósitos al terminar la estación de las lluvias. Contraté un buque cisterna y lo llené. Tengo que admitir que cuando llegaron los depósitos observé algunas sonrisas en las caras de los aldeanos, pero supuse que se trataba simplemente de que se maravillaban de la tecnología moderna. Me senté y esperé a que me felicitaran.
En lugar de felicitaciones recibí una llamada urgente del funcionario responsable del distrito, radicado en Kapit, 200 millas aguas arriba.
- El río ha bajado hasta el nivel normal de la estación seca -dijo él- y su depósito está ahora a treinta metros por encima del río. Nadie puede llegar hasta él. Tengo a un millar de dyaks aquí mismo y está a punto de producirse un alboroto, ¿cuándo puede usted hacernos llegar unos bidones?
- Dentro de dos semanas -repliqué.- ¡Dios nos asista! -dijo él.
La primera vez que le vi me disculpé. No se había producido ningún alboroto, pero se había agotado la cerveza.
- La próxima vez, pregunte a los nativos. Suelen saber lo que da resultado y lo que no lo da. Desde entonces siempre "he preguntado a los nativos".
Charles Handy
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