Y regresé al cielo y allí me quedé en cuclillas, abrazándome
con fuerza las piernas. Las otras niñas huyeron entre chillidos y risas del
inesperado chaparrón. Sus madres se asomaron a los balcones alertadas por el
vendaval que parecía querer arrancar las ropas de los tendederos. Una de ellas
gritó mi nombre, pero yo, seguía en el cielo, acurrucada, esperando que desde
algún lugar me llamara la mía mientras la impía lluvia borraba la rayuela.
Lola Pacheco.
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