Hidrógeno presumía de no necesitar a nadie, se movía dando
brincos a su santo antojo. Un día piropeaba a unas, otro día le picaba el ojo a
otras, pero siempre con aire de galán barato.Sus padres, preocupados de que el
muchacho nunca sentaría cabeza, lo llevaron a una escuela de música para chicos
con problemas.
Allí estaba Oxígeno, con su pelo negro y sus Converse llenos
de flores hechas con rotulador. El primer día ni se saludaron, hasta que un
jueves tuvieron que esperar juntos el autobús, y cuando quisieron despegarse,
ya no pudieron. Ahora viven fundidos, jamás pelean, se ríen de que se los beban
por litros, de que los pongan a navegar por mundos marinos, de que los mezclen
con azúcar o de que los congelen. Ellos se siguen llevando bien, aunque sus
padres siguen buscándolos en la escuela de música.
María Paz Ruiz Gil
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