No era tonto y por eso, se daba perfecta cuenta de cual era su caso. El principio de Peter se había cumplido una vez mas de forma aplastante: en toda organización se tiende a subir hasta alcanzar la absoluta incompetencia. El había sido muy bueno en lo suyo. Pero ahora, en la cúspide de la pirámide debía ejercer labores para las que, sencillamente, no valía. Deseaba intensamente dimitir y volver a aquellas tareas que tan bien ejercía. Pero no podía. Era –no se cansaban de repetírselo- “el representante de Dios en la tierra”.
Roberto Moso
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