Algunos lloran enseguida si el médico les da unas palmaditas en el culo. A otros los tenemos que asistir con oxígeno, por culpa del meconio o las vueltas de cordón. Me gusta ver cómo los familiares se quitan la palabra de la boca unos a otros para decidir a quien se parece más cuando, emocionados, los ven por primera vez. Es dulce observar lágrimas de alegría resbalando por cauces de los que casi siempre se adueña la tristeza. Y, cómo no, me entusiasma imaginar cuáles serán sus vidas cuando se hagan adultos, cada vez que, rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas.
Manuel Nicolás Andreu
1 comentario:
este cuento me a hecho ir 24 años atras, cuando nacio mi primer hijo,un milagro, no le faltaba nada , todo tan pequeño y maravilloso,hay descubres el verdadero amor.
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