La
chica que acababa de mudarse al piso de abajo aún tenía la marca de su alianza
en el dedo anular. Me fijé del detalle cuando estábamos en el
ascensor. No era más que un fino círculo alrededor del dedo, una línea algo más
blanca y rebajada, en relieve, como el cauce de un río seco. Pero este detalle
me llevó a imaginar mucho más: su pasado reciente, un presente cerrado por
reformas, o un futuro aún por definir. Por ejemplo, ¿qué estaría pensando en
esos mismos instantes, mientras iba, supuse, del trabajo de siempre a una casa
ahora vacía?
Cuando alguien rompe
de súbito con el resto de su vida tiende a centrarse en lo superfluo, en el día
a día: Tengo que comprar manzanas. Llamar al fontanero por ese grifo que gotea.
Recoger la falda azul de la tintorería. Reduces tu realidad a los más nimios
detalles porque sabes que pensar es volverte loca: sólo el tiempo cierra las
heridas.
Tal vez por eso,
cuando el ascensor se paró en el tercero, la mujer lanzó un suspiro. Lo
peor de todo es ese grifo que gotea.
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