Para que luego digan que los monstruos somos nosotros. En el pueblo nos
recibieron muy mal. Desde el primer momento sufrimos el rechazo. No solo se
negaron a atendernos en el colmado o a servirnos en la cantina, ni siquiera
admitieron a nuestros hijos en la escuela. Todo el esfuerzo que hicimos por
integrarnos fue inútil, nos aislaron como apestados sin darnos la oportunidad
de demostrar que no somos como ellos temen. Antes de marcharnos y sin renunciar
por ello a empezar una nueva vida como ogros vegetarianos, nos comimos a unos
cuantos vecinos para no defraudar.
Alberto Jesús Vargas Yáñez
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