Empezó a
pensar en un nuevo teorema que demostrarse que la quería, porque ella siempre
le insistía en que el amor había que demostrarlo. Asignó variables al tiempo
que llevaban juntos, al olor de su pelo al salir de la ducha, a los absurdos
silencios que a veces se interponían entre ellos.
Estimó el índice la
aceleración que sufría su corazón cada vez que ella se desnudaba y cuantificó
los celos que sentía cuando le veía tonteando con otro, para después de horas y
horas de trabajo acabar concluyendo que en realidad esto del amor no tenía
ninguna lógica.
Ernesto Ortega Garrido
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