Salí de casa pensando que era verano pero al de dos cruces me envolvió un frío terrible. ¿Estaba en Málaga, en Suecia, o en Alejandría?
Me refugié debajo de una cornisa que asomaba de un edificio antiguo y valoré mis alternativas: podía volver por mi impermeable, o bien correr hasta la estación del Metro. Opté por lo segundo.
Al enfrentar la escalera de la estación de Urbinaga, sentí una mano sobre mi hombro y una voz que me decía: “Abuelo, ¡otra vez desnudo y con este frío! Venga conmigo a casa, se lo pido por favor.”
2 comentarios:
!Genial!!!!!!
En casa nos pasó con el yayo una cosa parecida.Va a ser que la realidad una vez más supera a la ficción.
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