La tía Marta poseía tres cosas: una pequeña fortuna, un libro de Santa Teresa y una casa de doscientos metros cuadrados en el centro de la ciudad. De niño, yo la visitaba a menudo para conseguir algunas pesetas y la promesa de que heredaría la casa.
De mayor, continué visitándola y aceptando los cheques que ella me daba. Pero con la llegada del euro, la tía perdió el control de su dinero. Escribía una cifra que le parecía pequeña y yo no la sacaba de su error.
Después de morir, el abogado hizo público el testamento. En él, mi tía había dispuesto que al quedarme yo con el dinero que tenía destinado para el convento, la casa sería para las carmelitas, a las que tanto admiraba.
De mayor, continué visitándola y aceptando los cheques que ella me daba. Pero con la llegada del euro, la tía perdió el control de su dinero. Escribía una cifra que le parecía pequeña y yo no la sacaba de su error.
Después de morir, el abogado hizo público el testamento. En él, mi tía había dispuesto que al quedarme yo con el dinero que tenía destinado para el convento, la casa sería para las carmelitas, a las que tanto admiraba.
4 comentarios:
¡Que pasada! Me ha emocionado.
Una vez más las cosas no son siempre como parecen.
Visto así, es fisicamente imposible apoyar a alguien…
Bueno, para alguno tal vez no…
Que bien , me gusta que volvais con los cuentos y en concreto este pensamiento.
Saludos y por aquí siempre leyendo vuestro blog.
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