Hace veinte años que esperaba una señal y una avioneta se estrelló ayer en la isla. Cuando se apagó el fuego pude contar los cuerpos: cuatro hombres. Los senté y les conté mi historia: lo que he comido, donde he dormido, lo que he pasado desde que el yate perdió el mástil.
Hoy, la radio aún emite una señal de SOS; por eso, esperanzado, coloqué los cuerpos como estaban, destruí mi cabaña, me afeité y me puse ropa limpia. Quiero dejar de ser un náufrago. Cuando estire la mano y toque la llama, mi cuerpo bañado en queroseno contará la historia de cinco muertos en accidente aéreo. Ni una palabra de un náufrago.
Raúl Sanchez
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